Cuando llegamos a la puerta, Ana, como cada vez que hay sol y hace calor, arrancó con el discursito de siempre de que "el día está para mate en una placita, tomando sol y comiendo galletitas… pero el fútbol, siempre el fútbol, si no te vas a la cancha te vas a jugar al fútbol y yo sigo blanca como un papel y nunc...". "Qué hora será che, que estos pibes no me mandaron ningún mensaj...". "¡No me estas escuchando Andrés! ¡Te estoy hablando!", me gritó mientras yo pensaba por qué nadie me llamó para apurarme como de costumbre.
“Si, mi amor, te prometo que cuando venga el calorcito, falto un domingo y vamos desde temprano a la pileta de San Lorenzo y aprovechamos todo el día, ¿qué te parece?”, le dije sonriendo con falso entusiasmo. Ella me miró, entrecerró los ojos y movió lentamente la cabeza de un lado al otro con esa cara tan suya de 'estoy harta de que me mientas' y se bajó del auto con un besito y un ‘chau Andrés’. Entonces, después de temblar junto al portazo que dio al bajarse, me puse los lentes negros que estrenaba para el campeonato que arrancaba y seguí viaje hacia el colegio industrial Manuel Belgrano.
Llegando a ese clásico punto de encuentro sancristobaleano, la cuadra parecía un cuadro. No había nadie, los árboles estaban quietos, el tránsito parecía cortado, los coches estacionados no coincidían con ninguno de los de los gloriosos jugadores del albiverde y ahí recordé la advertencia de José: “Nos juntamos a las 14. 14,30 nos vamos, esté quien esté”. Miré mi reloj: 14,45. “Mierda, se vino con todo José, ya se fueron estos locos, parece que se lo tomaron en serio esto del horario”, pensé. Y seguí viaje. Estaba a una cuadra de la autopista cuando le mande un mensaje a Jo, por las dudas, con la inocente pregunta “¿ya se fueron?” y subí a la 25 de Mayo.
El camino estaba tranquilo y soleado. Pensé en el partido, en el rival, en cómo iba a intentar rechazar esas bochas largas que me caen en la cabeza y nunca se como hacer para no pifiarlas, en empezar a pegar patadas aunque mas no sea para ver que se siente que te pongan una amarilla (nunca me amonestaron), en los gritos desaforados de Nacho, en Jero fumándose un cigarrillo antes, en el entretiempo y ni bien termina el partido (y en toda ocasión que encuentre para ahumarse en nicotina), en la vuelta de los "uy uy uy" de Lucho, y en el bucito del 'Mono' Navarro Montoya de Cissé.
Entonces pasó lo peor: sonó el celular. Lo miré casi sin atención y cuando leí el mensaje pensé que era una joda. ‘Este debe ser Nico, siempre hinchando las pelotas’, dije, y me reí. Pero el mensaje era de José, no había chances de joda… Salí de la avenida (ya iba por la General Paz), volví a leer el mensaje: “SE SUSPENDIÓ EL PARTIDO”. La frase, dura y concisa, casi como una piña a la mandíbula, me hizo sentir que por la garganta me corría la amargura de haber hecho ¾ de viaje al reverendo pedo, de no haber almorzado, de regalarle la guita a los putos del peaje, de gastar nafta como si saliera $1 el litro, de ser un tremendo pelotudo incurable… Entonces, lo llamé a José para confirmar lo inevitable: que "Sampex le aviso a Cissé", que "ayer mandaron mails a todos"… ¡la concha de la lora!. Pensé que una hora y media antes, sentado delante de la pantalla de Hotmail, estuve a una contraseña de distancia de ahorrarme el garrón. “Sos como el cartero que camina en su día franco”… cuando lo vuelva a ver a mi amigo lo voy a mandar bien a la puta que lo parió…
Andrés "Chino" Lence
(Distinguido defensor y poetizo de San Cristóbal)
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